No sabía su nombre, con suerte recordaba la inicial de esa palabra que probablemente jamás le traería algún recuerdo.
El primer paso lo dio el cuerpo femenino, que osada desabrochó su sostén para luego dejarlo como pañuelo cuequero sobre sus manos y moverlo, al son de esa canción imaginaria que la maquillaría de artista en tan sexual escenario.
Este hombre no dio tregua a los movimientos sensuales de su fémina acompañante. Erecto y decidido comenzó a besar a Violeta por el cuello, hasta el hombro y luego entre los pechos. No era una mujer, eran cien en ese mismo cuerpo, contenido, ante esa coreografía sensual de su amante incógnito.
Cuando él se bajó los pantalones, Violeta, en un acto represalia se arrodilló para darle una bienvenida con honores a ese pene erecto, que, con tanto bulto le prometía un coito lujurioso. A esa chiquilla, que ilusionada, se dejó caer al suelo suavemente para sacar al aire libre ese gran miembro idealizado. Y la sorpresa no fue tanta. Las expectativas fueron totalmente cubiertas.

¡No pares, no pares jamás! Reclamó fatigada la femme fatal que a punta de penetración hablaba sólo para dirigir el asunto. Los besos mojados y tibios que su amante le propinó no fueron suficientes para aplacar su deseo. La cama era un microbús antiguo que andaba sobre adoquines. Era la mujer gozada y gozante que a punta de gemidos dejó bien en claro que la que recibe toca la mejor parte. El hedonismo está primero se dijo picaresca.
Luego de este show a oscuras, Violeta, se puso los cuadros al revés para luego acomodarse el vestido, pintarse de rojo los labios, mirarse al espejo con seria elegancia y emigrar hacia la urbe, hacia la calle, por cierto, de donde venía, y en donde siempre estará.