domingo, 27 de septiembre de 2015

Ensayo I: Poéticas de la seducción


     Sucede que la vida es un tráfago de vivencias incrustadas en los hitos de cada día, que transita de los sentimientos al testeo del sabor de la noche. No era necesario entender tanto las razones de esa tormenta de pasión efímera que transitaba de día en día y de noche en noche, en el pasar de esta historia iluminada de tantos te quiero y algunos te amo que trascienden no sólo en la historia, sino en el corazón. Las mecánicas del deseo están siempre vigentes para cualquier situación o vivencia que enriquezca la esperanza de ese mirarse a los ojos en un espejo atemporal.

     Pasadas las 10 de la noche ya era tiempo de entrelazar miradas y persuasiones de seducción en torno a concretar ciertas peripecias que se activan luego de un pito y un par de copetes. Y un poco de música para desenredar los sentires, melodía esencial para el apogeo del momento.

      Así entre tanto moverse, de tanto ejercer ese movimiento libertario de ir hacia donde la música te lleve, hacia esa elegancia profunda, o a esa calidez infinita del sentir latino. Manjares máximos del conocer. Después de tantas errancias, es justo y necesario un cariño bueno que refresque los sentires y nutra el sexo del cuerpo, pero también enriquezca ese recoveco de rosas que llamamos alma.


    Y al perderse de calle en calle, que la noche es oscura, que el momento con la niña que le enganchó una conversa y unos pesos pa’ esa comida que enterneciera el hambre de ese bebé que estaba hace 3 meses dentro de ella producto de un mino equis; el cual ni sabe del paradero callejero de esa niña ahogada en el tormento nostálgico de la soledad. Cargada con este simulacro de significaciones que le cerraba las puertas de su propia vida. Así caminando, el cola se pilla con un tipo que lo mira con el atisbo de un hola tras una sonrisa coqueta que decía mucho más que ese insípido pasar. Y del hola, vino el cómo te llamay? Y después de los nombres vinieron las invitaciones mirándose a los ojos y sonriendo encantados por el momento. Y de la sonrisa al beso, y del beso al cuello y al cerrar de ojos el tránsito del deseo excedía los límites de la escena. Un recoveco oscuro sirvió de guarida para ese cercano besarse y algunos gemidos al oído y al viento que encendieron ese sentir al tanteo, entre fluidez y búsqueda de ese palpitar. Tan juntos, tan entrelazados, tan conectados en ese sentir casi anónimo que enaltecía la vivencia, la lujuria y el acontecer del cuerpo. Entre tanto sentir y disfrutar de ese franco cariño alrededor de su corazón, los gays reconocemos cierto sabor fraudulento de ese efímero querer. El frío de las calles hacia la casa, abrochándose hasta arriba el abrigo acompaña ese pasar caminando en la arquitectura iluminada de la ciudad motel, aunque aún transita el sabor de ese beso acuñado en la astucia diurna y vespertina de las poéticas de la seducción.